
Aunque
no soy experto en cuestiones ambientales los datos que llegan por todas
partes creo que nos dan una idea muy clara del peligro que se cierne sobre
nuestro planeta.
Los
últimos que he leído al respecto son los que proporciona el Atlas de la
mortalidad y las pérdidas económicas provocadas por fenómenos meteorológicos,
climáticos e hidrológicos extremos, 1970-2012, publicado por la Organización
Metereológica Mundial.
En él
se muestra que en todo el mundo se han producido por esas causas un total de
8.835 desastres que han provocado 1,94 millones de muertos y pérdidas
económicas por valor de 2,4 billones de dólares. Unos desastres que a veces han
sido tan terribles que uno solo, como el ciclón que asoló Bangladesh en 1970 o
la sequía de Etiopía de 1983, ha llegado a provocar 300.000 muertos.
Pero
lo que sin duda resulta más dramático de lo que refleja el Atlas es la
progresión tan impresionante que se está produciendo en el número total de
desastres.
Lo
que sin duda resulta más dramático es la progresión tan impresionante de
desastres
Según
se indica allí, entre 1971 y 1980 se produjeron 743; 1.534 de 1981 a 1990;
2.386 de 1991 a 2000; y 3.496 de 2001 a 2010, es decir, 4,7 veces más en los
últimos diez años que en la década de los años setenta del siglo pasado. Y es
muy significativo también que los desastres hayan aumentado en todas las
regiones del planeta. En Europa, por ejemplo, de 1971 a 1980 solo se
registraron 60 desastres naturales que provocaron 1.645 muertes, mientras que
de 2001 a 2010 ha habido 577 con 84 veces más víctimas mortales, 138.153.
Es
verdad que el Atlas muestra también que en otras regiones y en general se
reduce bastante el número de muertes provocadas por estas calamidades, pero el
incremento registrado en su total me parece que indica claramente que nuestro
planeta está cada día más dañado, quizá ya herido de muerte, como indican otros
muchos informes.
Y
casi nunca se tiene en cuenta que, aunque denominamos naturales a todos esos
desastres, en gran parte son el resultado de nuestro modo de vivir, de producir
y de utilizar los recursos. Nos hemos acostumbrado a medir el éxito de las
economías y la eficacia productiva mediante el PIB, sin contabilizar el gasto o
la destrucción que hacemos de los recursos naturales y no nos importa el
deterioro ambiental porque seguimos creyendo que todo puede crecer
infinitamente. El capitalismo ha hecho de ese crecimiento un dios al que Roger
Garaudy calificaba hace años de cruel pues exige, decía, sacrificar seres
humanos. Con datos como los de este Atlas sabemos que también sacrifica y
destruye a la naturaleza, a un planeta que no es nuestro.
Juan Torres López
Catedrático
de Economía por la Universidad de Sevilla