El escandaloso aumento de los niveles de pobreza en el mundo ha suscitado
movimientos para erradicar esta llaga de la humanidad.
En 2002 Kofi
Annan, Secretario General de la ONU, declaraba con firmeza: “No es posible que
la comunidad internacional tolere que prácticamente la mitad de la humanidad
tenga que subsistir con dos dólares diarios o menos en un mundo con una riqueza
sin precedentes”. Los datos son estremecedores.
OXFAM, ONG
especializada en estudiar niveles de desigualdad en el mundo, presentó en enero
sus resultados, cada vez más aterradores. Uno de los puntos clave será analizar
los datos y medios eficaces para evitar la explosión demográfica y luchar
contra ella como el arma más letal de destrucción masiva.
El sentido más
profundo e imprescindible de esa Declaración de la ilegitimidad de la pobreza
es poder crear en las distintas instituciones, países, municipios, en las calles
de las ciudades, en escuelas, movilizaciones para identificar a las personas
sea en situación de pobreza extrema o simplemente de pobreza, que sobreviven
con poco más de dos dólares diarios y con acceso limitado a la infraestructura,
vivienda, escuela y otros servicios mínimos humanitarios. Y organizar acciones
solidarias que los ayuden a salir de esta urgencia, con la participación de
ellos mismos.
Es urgente
movilizar a la ciudadanía de todos los países para buscar proyectos eficaces
para erradicar esa plaga que anula todos los derechos y posibilidades de una
vida digna no sólo para los más pobres sino para el resto de una humanidad cada
vez más interconectada. Oxfam, reveló que 8
personas con nombres y datos contrastados poseen una riqueza equivalente a la
de tres mil seiscientos millones de personas. Es decir, cerca de la
mitad de la humanidad vive en situación de penuria, al lado de la más
degradante y ofensiva riqueza.
Si leemos
afectivamente tales datos, denuncia Boff, nos damos cuenta del océano de
sufrimiento, de enfermedades, de muerte de niños o de muerte de millones de
adultos, estrictamente a consecuencia del hambre. ¿Dónde ha ido a parar la solidaridad mínima? ¿No somos crueles y
sin misericordia con nuestros semejantes, ante aquellos que son humanos como
nosotros, que desean un mínimo de alimentación saludable como nosotros? Se les
remueven las entrañas viendo a sus hijos e hijas que no pueden dormir porque
tienen hambre, y ellos mismos subsistiendo con restos de comida recogidos en
los grandes basureros de las ciudades, o recibidos de la caridad de la gente y
de algunas instituciones que les ofrecen algo que les permite sobrevivir.
La pobreza
generadora de hambre es asesina, una de las formas más violentas de humillar a
las personas, arruinarles el cuerpo y herirles el alma. El hambre puede llevar
al delirio, a la desesperación y a la violencia. Aquí cabe recordar la doctrina
antigua: “la extrema necesidad no
conoce ley y el robo en función de la supervivencia no puede ser considerado
crimen, porque la vida vale más que cualquier otro bien material”. Y
en la actualidad el hambre es sistémica. Thomas Piketty, autor de El
Capitalismo en el siglo XXI, mostró como está presente y escondida en Estados
Unidos: 50 millones de pobres. En los últimos 30 años la renta de los más
pobres permaneció inalterada mientras que en el 1% más rico creció 300%. Y
concluye Piketty: “Si no se hace nada para superar esta desigualdad, podrá
desintegrar toda la sociedad. Aumentará la criminalidad y la inseguridad. Las personas
vivirán con más miedo que esperanza”.
Costaron muchos
años de esfuerzos abolir la esclavitud, como el racismo, la discriminación de
la mujer en muchos países, la opresión de monarquías hereditarias y de
religiones impuestas, reconocer las libertades fundamentales para todos los
seres a la vida, a la libertad de conciencia y de toma de decisiones, a vivir
con dignidad, los derechos de las parejas y uniones de personas del mismo sexo,
el divorcio, las parejas de hecho con independencia de injerencias religiosas
por respetables que sean para sus adeptos pero sin derecho alguno a imponerlas
al resto de la humanidad que ya ha avanzado en el reconocimiento de su derecho
a una vida y a una muerte dignas, así como al respeto, cooperación y ayuda en
la conservación del medio ambiente. ¿Para cuándo la abolición del hambre, de la
ignorancia, de los desahucios, de la plaga del desempleo forzado por intereses,
de la falta de atención médica a todos los seres con independencia de su
origen, condición, circunstancias, de la injusta e imperdonable falta de la
atención debida a las personas mayores y dependientes? Vale la pena vivir,
luchar y rebelarse en esta lucha por la dignidad de todas las personas y la
conservación del medio en el que vivimos, nos movemos y somos.
José
Carlos García Fajardo
Profesor Emérito de
la Universidad Complutense de Madrid (UCM)
Director del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)